Apuntes sobre el lazo analítico

por Luis Langelotti
Año 2023

… el analista, se inscribe y se determina por los efectos resultantes de la masa analítica, en el estado actual de su constitución y de su discurso.

Jacques Lacan, 31 de Mayo de 1961.

La singularidad de cada estilo se forjará en cada análisis, articulando la causa singular de ese análisis con la causa colectiva del psicoanálisis.

Ernesto Vetere, El deseo del analista y la herejía del sujeto.

De modo que nos vemos obligados a preguntarnos si el amor por el Maestro es suficiente para fomentar un lazo. Y en este caso, ¿cuál sería la naturaleza de este último? Podemos suponer que tal amor unifique a un grupo. Más aún, representa un tiempo inaugural que introduce al sujeto al saber. Por cierto, en un primer tiempo tenemos que considerar que este acceso a la teoría, a la posibilidad de teorizar, pasa, y no puede dejar de pasar, por este antecedente. Ahora bien, para que el sujeto pueda abordar un tiempo segundo representado por la apropiación de este saber al punto tal que se puede autorizar a enunciar sus propios recorridos, en los cuales se puede desembarazar de un mimetismo esterilizante, sino mortal, hace falta, para que esta operación pueda efectuarse, que el Maestro no se identifique él mismo con el dominio que le atribuyen los cortesanos, que no se crea un ser que se encontraría momificado en vida: el Maestro de la Palabra.

Jacques Hassoun, El oscuro objeto del odio.

Cuadro: MIRANDO HACIA ARRIBA
técnica mixta - Jeuroz´23

Las citas que abren este escrito, tienen en común remitir a una serie de cuestiones que podrían enumerarse más o menos así: la transmisión, el psicoanálisis en intensión y en extensión, la comunidad analítica, la formación del analista, las instituciones y los espacios psicoanalíticos y sus particularidades. También en esta enumeración podría incluir el tema del «lazo social» entre analistas. De hecho, en este artículo me enfocaré más que nada en esto último.

Pues bien: ¿Cómo pensar el lazo entre analistas más allá de la situación analítica, más allá del análisis “didáctico” (como se lo llamaba en una época)? Para intentar responder a esta primera pregunta voy a tomar algunas ideas teóricas que están presentes en el libro El deseo del analista y la herejía del sujeto. Allí el autor ofrece las siguientes reflexiones:

“… en la transferencia específicamente analítica –la que se establece entre analizante y analista– el sujeto supuesto saber es su pivote, y la dirección de la cura implica, ya de por sí, un tratamiento de esa transferencia que apunta a su resolución. No ocurre lo mismo en el lazo entre analistas: las suposiciones de saber que allí inevitablemente se despliegan, con los goces que provocan, no cuentan ni con una ética ni con una técnica, inherente al lazo mismo, que permita su elaboración. Tampoco con una orientación apoyada en la abstinencia. De allí, la importancia de la política institucional para proponer modos y dispositivos que puedan regular o encausar al menos algo de estos fenómenos. No obstante, la relación de cada quien con el sujeto supuesto saber, como decía anteriormente, se tramita en otro lado, en el análisis personal. ¿Podremos pensar entonces en la posibilidad de alguna variante transferencial entre analistas que no se apoye exclusivamente en el sujeto supuesto saber?” (Vetere, E.: Capítulo 5: “El encuentro entre analistas”, punto 11: “Entre el deseo y el narcisismo”. Letra Viva ed., Buenos Aires, 2020. Pág. 120. Subrayado en el original)

Para Vetere, una de las cuestiones más complejas, en lo que a las instituciones psicoanalíticas propiamente dichas respecta, es cómo separar al maestro del líder (político). En este punto, creo que dos cuestiones resultan fundamentales: la abstinencia y la transmisión. Estimo que esos dos ejes son claves para desmarcar al maestro (o referente) del líder. El líder demanda y, más que transmitir, “baja línea”. Piénsese en la cita del principio de Hassoun, donde lo que él marca es la importancia de que el maestro sea más abstinente en relación al lugar del saber (y, por ende, del poder).

Por otra parte, y como lo señaló Lacan, si bien “la enseñanza del psicoanálisis sólo puede transmitirse de un sujeto a otro por las vías de una transferencia de trabajo” (Lacan, J.: “Acta de fundación” en Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012), no obstante “dicha transmisión se efectúa de un sujeto a otro, uno por uno y ya no de uno solo a todos” (Vetere, E.: Op. cit. Pág. 126.), es decir, “si bien inscripta dentro de un colectivo, esta transmisión apunta entonces no al efecto de grupo, sino al siempre contingente efecto sujeto.” (Ibíd.)

¿Cómo podemos pensar esta última precisión? El efecto grupo debemos pensarlo como la reiteración acrítica de fórmulas consolidadas y la falta casi absoluta de pensamiento propio y de cuestionamiento (lo instituido). El efecto grupo es el plano más rancio, acartonado y papista de una comunidad. También su costado más fascista y, por eso, deberíamos llamarlo “el efecto segregación” (Lacan, J.: “Breve discurso a los psiquiatras” en Hernández García, Manuel (editor): Revista Litoral Psicoanálisis: Nuestra colonialidad. Año 25, N° 48. Ciudad de México. Litoral editores. Publicación de la École lacanienne de psychanalyse). En cambio, el contingente efecto sujeto, remite a las resonancias siempre subjetivas y singulares que un discurso pueda producir en quien se deje atravesar por él (lo instituyente), allende las esperables resistencias que los egos plantean a la escucha y a la transformación de lo dado en algo inédito. Desde mi punto de vista, si el pensamiento crítico es el arte de la sospecha, el psicoanálisis no puede ni debe ser ajeno a su incumbencia y, de hecho, no lo es: el psicoanálisis es una parte imprescindible del campo del pensamiento crítico. Pensamiento que apunta a criticar lo instituido, para que emerja e irrumpa lo instituyente. Al igual que en un análisis, con el “caso por caso”.

Retomando los desarrollos del autor en relación al sujeto supuesto saber y cómo pensar una transferencia más allá de dicho eje, Vetere agrega:

“El amor de transferencia, con su faz engañosa y resistencial, apunta a ese saber supuesto, motorizando el trabajo del inconsciente. A partir de este anudamiento entre amor y saber, allí es la transferencia la que hace al trabajo. Por el contrario, la transferencia de trabajo, la que opera en el campo de lo institucional –y que podemos hacer extensivo a otros tipos de lazo entre analistas–, implica que es el trabajo mismo lo que se transfiere, lo que se desplaza, lo que pasa de uno a otro. Pero además, y fundamentalmente, al ser la transferencia de trabajo correlativa del cuestionamiento del Nombre del Padre debería plantear otra relación posible con el saber que no sea la de la suposición. Desde esta perspectiva, esta nueva relación con el saber estaría ligada ya no tanto al amor, sino esencialmente al deseo, a esa función llamada deseo del analista (…) ... un deseo advertido de lo inescencial del sujeto supuesto saber.” (Vetere: Op. cit. Pág. 127)

¿Cómo ir más allá de una transferencia sostenida en el Nombre del Padre, en el Ideal del yo o en I(A), más allá del fantasma y, en definitiva, más allá del superyó en tanto voz áfona que exige más y más goce? ¿Cómo recordar para no repetir modos de lazo instituidos que no conducen a nada interesante (generalmente porque reproducen a la Horda primitiva)? ¿Existe la elaboración grupal? ¿Cómo sostener nexos y vínculos entre colegas que no estén sostenidos en el odio al que piensa diferente, esto es, en la lógica masculina de la segregación sino en el deseo (del analista, motor “advertido de lo inescencial del sujeto supuesto saber”)? ¿Pueden pensarse lazos más acordes a una lógica femenina donde valga cada cual en su singularidad, en lo que tiene para decir, aportar, transmitir, etc.? ¿Puede pensarse un lazo que supere la fórmula D ◊ a (demanda de a minúsculas) la que el a es siempre demandado al Otro, tal como acaece en las neurosis, sin que por ello estemos hablando de locos que se crean “causa de sí mismos”, tal como acontece en las psicosis?

Según Vetere, entre colegas, lo que se transfiere es un estilo de trabajo en el sentido de que a través del susodicho estilo se efectuarían la transferencia de trabajo y la transmisión del deseo del analista (en la extensión). En este sentido, “el analista hace pasar, a través de su decir y de su estilo, la inconsistencia del Otro experimentada en su propio análisis. Cuando eso acontece, eso pasa. Pasa la inconsistencia del Otro, acontece el encuentro, que siempre dependerá del que escucha.” (Vetere: op. cit.)

A nivel grupal, el narcisismo –supeditado al Ideal– aparece como un tremendo obstáculo en lo que al intercambio de palabras y de ideas respecta (al debate, a la discusión, a la conversación). El vínculo entre analistas no creo que sea, a este respecto, ninguna excepción. Tampoco entre analistas hay –ni tendría por qué haber– completitud, armonía, acuerdo, relación sexual, complementariedad, consumación mística, fusión. EL analista está tan barrado como LA mujer.

En este sentido, pienso que uno de los factores que más problematizaría el nexo productivo entre psicoanalistas sería, justamente, la creencia –consciente o inconsciente– en que la esencia del analista existiría, en alguna parte, y que estaría encarnada en alguno o en algunos (y en alguna o en algunas instituciones en especial). Es decir, la fe religiosa en una supuesta sustancia analítica que, distribuida aleatoriamente como los genes, habilitaría a algunos y descartaría a otros a sostener dicha función.

Llegando al final de este escrito, en cuanto a la relación entre intensión y extensión en psicoanálisis, retomo las palabras del psicoanalista Néstor Bolomo, quien afirma:

“Pensar en la metáfora, en que la extensión sea metáfora de la intensión, podría abrir caminos. Primero haría lugar a la singularidad. Elude la idea de extensión como teoría y también como crónica o como explicación o enseñanza sobre la práctica. La explicación, el metalenguaje no es más que metáfora fallida, un pasaje a lo que en el grafo Lacan llama la vertiente más plana y pobre de la palabra.” (Bolomo, N.: “Extensión, intensión, teoría, institución” en Destitución psicoanalítica. Fragmento y política. Ed. Letra Vida, Buenos Aires, 2014. Pág. 28)

¿Cómo ir más allá de una enseñanza psicoanalítica pseudo-científica, es decir, con aspiraciones cientificistas pero fallida y, por ende, rayana en lo caricaturesco? Nótese que es el mismo problema en el que se extravió Freud: la pretensión obsesiva de cientificidad. ¿Por qué hasta el día de hoy los ideales de la Ilustración siguen tan impregnados en nuestra manera de comunicar la experiencia del psicoanálisis como si, precisamente, el discurso freudiano no hubiera venido a hacer desastres en la subjetividad racional moderna y sus fantasmagorías?

Tampoco considero que una apelación exagerada a las herramientas técnicas y tecnológicas epocales (desde los tradicionales medios de comunicación hasta internet y sus “aplicaciones” y algoritmos) contribuyan especialmente ni al lazo social entre analistas, ni a la capacitación del psicoanalista, ni a la transmisión del psicoanálisis en general, ya que lo que circula por allí principalmente suelen ser comunicaciones que apuntan a la masa (al efecto grupo y, por ende, al efecto segregación). Recuérdese que “la difusión de las ideas no es lo que esclarece el espíritu, lo que condiciona por ese hecho las luces.” (Lacan, J.: “Breve discurso a los psiquiatras”). Con esto último no estoy descartando para nada el uso de las nuevas tecnologías en lo que hace a la clínica y a la transmisión del psicoanálisis, pero estimo que hay algo que la virtualidad (y la pantalla) no logrará reemplazar nunca y que es del orden del cuerpo y su materialidad, cuestiones que quedarán para ser desarrolladas en otro artículo.