De abrevaderos y rescoldos

Samuel M. Cabanchik
Buenos Aires, 1958

RESCOLDOS

Cualquiera tropieza

una palabra formada
por las cosas. Alcanza
la elipse
en su punto
más esquivo al foco:
el poema orbita
como una amenaza de la luz.

SEPARADO

Cuando me separé de mí,
siguió tomando el café
de la mañana
como si tal cosa.
Cada vez más preciso
en el control de sus rutinas,
por fin en el silencio de dentro,
inmune al ruido de fuera.

No es que ya no soñara,
pero desde que me separé
dejaron de importarle los fantasmas,
la calentura, la leche derramada
(también la muerte).

Cuando habla con alguien
ya no distingo quién dice qué.
Se lo ve distraído -¿feliz?-
desde que no está conmigo.

¿Qué está haciendo ahora?
¿Escribiendo? Desde aquí
estoy muy lejos para leer
(si algo había que leer...).

Lo veo en su cuerpo,
en las cosas,
mientras escucho el eco
de una voz, como la que fue mía,
importunando al aire,
diciendo nada, a nadie.

ABREVADERO

Se ha levantado polvo esta mañana.

El rastro del animal salvaje
se pierde en el abrevadero:
el mundo se inclina sediento.

Sorpresa de agua fresca
en medio del tumulto.
Fotos borradas se confunden
con la basura del día de ayer.

Lo que brilla refleja rescoldos
de un bosquejo abandonado.

Vapor ya nube que alimenta
el pozo. En las manos de la noche
tomás el aguacero recién soñado.

De abrevadero a sumidero
se escurre el tiempo
y emboza la costra de la historia
entre las piedras del camino.

La bestia es insaciable:
necesitaremos un nuevo diluvio
para calmar la sed.

LA PLAYA

Sacaste la playa de los bolsos.
Revolviste con ansiedad de acné
los trapos, la lona, las ojotas.
Por fin encontraste el sol
que quedaba en las arrugas.

Zurciste con paciencia el horizonte
para sostener la noche
antes de la caída de la tarde:
siempre hubo algún crepúsculo
en la inmortalidad de tus horas.

Mojado en medio de la arena
volvés a sentir la orilla de tu vida
llena de promesas en su espuma,
en su olor a hembra,
en su viento, su fresco, su fluir.

Los bolsos ya vaciados.
Las huellas borrando
con la última cuerda de guitarra.

Sólo era esto: deletrear apenas,
en el cadáver del poema,
el tiempo sin usar.

BUSCO UN SENTIR...

Busco un sentir en que apoyarme,
una querencia para el hueso
que se atreva con el día.

Manoteo la madrugada donde
debiera comenzar la piel,
no digo un latido soberano,
ni tan seguro, tan mecánico...

Una picazón razonable
entre la ruina y lo que nace.

Busco un sentir donde apoyarme.